Quería guardar este post para su cumple, pero tenía que escribirlo o reventaba.
No pude escribir nada cuando pasó. Como si omitirlo, me permitiera despertar un día de la pesadilla... pero no fue así. Han pasado los días y los meses (casi un año) (y en pandemia) (para acabarla de chingar)... y me doy cuenta que él ya no está aquí; pero a veces no quiero caer en cuenta. A veces me gusta pensar que por ahí anda, iluminando vidas.
Lo recuerdo feliz siempre... pero el efecto que causa en mí es diferente cada vez. Supongo que depende del ánimo, las hormonas, el sereno.
Río con sus chistes, sus ojos pícaros, su sonrisa, su franqueza. Pero también me hace llorar... me parece increíble que alguien con su garrra, con su actitud hacia la vida ya no esté. Necesitábamos un milagro más poderoso para vencer el bicho que lo habitaba, pero no alcanzó el tiempo.
Lo conocí en la prepa, nos hicimos un grupito de amigos increíble. Estuve enamorada de él durante el primer año. Ese año difícil para todo adolescente, en el que vamos definiendo la identidad: de niña a menos niña. Tenía 13 años y vestía la ropa que mi mamá elegía para mí. Después fui adoptando el estilo de mis amigas, depilando piernas y bigote (que me costó varias quemaduras, ajajaja... ), maquillando (poco siempre), hasta que encontré mi propio estilo no estilo. Y hasta que apareció el que sacudió mi inocente vida: ÉL (un fantasma que me ha acompañado toda la vida, desde que lo conocí).
En ese año, le tomé miles de fotos (no al fantasma, sino a mi amigo) aprovechando mi clase de fotografía y el tema "retratos". Todas me las dedicó, jajaja, cual galán se sabía. Creo que en ese año, medio lo sufrí. Él se hizo una noviecita y parecía inalcanzable para mí, aún cuando era feliz de tenerlo en mi grupo de amigos.
Para el segundo año de prepa, las cosas cambiaron. Mi amiguillo siguió cambiando de noviecitas... pero en mi vida, cambió de significado cuando ÉL apareció, el dueño de mi verdadero amor preparatoriano y de quien bebí los primeros y más amargos tragos del desamor (jaja) (o eso creí, luego probé otros todavía más inmundos y mortales).
Entonces, dejé de sufrirlo y se afianzó nuestra amistad. Terminando la prepa, seguimos manteniendo contacto, ya no tan cercano, pero significativo. Era como contar con una amiga con la que puedes compartir abiertamiente sentimientos, miedos, frustraciones y alegrías. Y viceversa. Nos pendejeábamos a gusto cuando uno u otro metía la pata.
En estos ínter, recuerdo unas tres ocasiones en que la amistad vibraba un poco más allá de lo evidente. Una tensión "de atracción" respiraba en el ambiente. Pero nunca fue más allá. Jamás. Ni un solo beso, ni una sola caricia. Ni nada. Siempre se rompía la tensión y volvíamos a modo "amigas", a contarnos de nuestras penas: yo del amor de mi vida y él del amor de la suya (amores eternos, los de siempre).
Ed lo recuerda con cierto desdén. Dice que fanfarroneaba hablando de nuestros encunentros inexistentes del noveno tipo. Imposible.
La vida es cabrona. Resultamos con amigos en común de mi novio y de la hija de la chingada con la que me puso los cuernos. Se reía: pero allá vas de pendeja, me decía. Y sí.
Cada vez menos cercanos, siguiendo con nuestras vidas de adultos y parejas teníamos pocas noticias uno del otro. Me enteraba de él más bien por las noticias que Ed traía del grupo de amigos en común, con todo e hija de la chingada incluida.
Hasta que un día, Ed me lo suelta: tiene un bicho mortal. Mientes, le dije. Cómo eres ardilla carbón farsante, cómo te atreves a inventar semejante cosa. Y lo dejé pasar.
Llegó el día de su cumpleaños y le escribí. Lo felicité y le pregunté. Es verdad, me dijo. Me contó que chocó y perdió el conocimiento. Bendito accidente, decía. Gracias a eso, le hicieron estudios y encontraron al bicho en su cerebro. Pronto terminaré las quimioterapias, me dijo. ¿Y eso significa que ya te curaste, que ya estás bien? Le pregunté. Todavía falta, me contestó.
Ahí, yo no sabía aún que le habían dado sólo 3 meses de vida.
Pasaron dos años y me escribió para invitarme a su cumpleaños. No quiero ir, le dije. Acuérdate que de tu círculo hay personas indeseables en mi vida. No hay pedo, me dijo... vas a verme a mí; nunca me he festejado y quién sabe si lo vuelva a hacer.
Me partió el alma.
Iré, le dije... pero recuerda que soy muy tragona. No hay pex... y me mandó su reseña clínica.
Dije que me partió el alma? Pues esta vez me la arrastró, la pisoteó, la escupió, la hizo confeti y me la aventó en la cara, entró hasta mi corazón por mi bocota abierta de incredulidad, de grito de dolor.
Le dije: todos tenemos nuestros pequeños infiernillos. Bueno, el tuyo no es tan pequeño. La diferencia, es la actitud con que enfrentas tu carga... al fin, todos nos vamos a morir; sólo creo que Dios te dio un motivo para que puedas apreciar tu viaje por este mundo con otros ojos, para que aproveches a los tuyos lo más que puedas. Para mí y para mi familia siempre has sido alguien muy especial. Dios te permita seguir igual de cabroncito. Nos das más de lo que imaginas.
Y la verdad es que luché contra mis miedos internos para ir. No tenía ganas de encontrarme a la hija de la chingada y tampoco quería que Ed se cruzara por sus ojos. Y si la desgreño, pensaba. Jaja. Además de otros antiguos fantasmas que andarían por ahí. Soy miedosa, he dicho. A mí los fantasmas no me gustan, ni aunque hayan formado parte importante de mi vida.
Y dos días antes de la fiesta (el mero 8 de noviembre, día de su cumple), le escribí: hoy me encontré a una amiga. Acordamos cosas para el sábado que voy a verla. Le pedí que fuera más tarde, porque antes tengo un compromiso (o sea tú). ¿Te acuerdas de mi amigo?, festeja su cumple. ¿El fuertote? Me contestó mi amiga. Y sabes qué... la verdad es que no me había dado cuenta qué taaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaan fuerte eras :). Espero que la estés pasando bien, que sigas lleno de luz y que seas muy muy feliz. Te mando un abrazote.
Cuál amiga, me contestó. Tú eres judicial, chingado; una amiga y ya. Reímos.
Cuando nos despedimos de él en la fiesta, le dijo a Ed: la neta, wey, ni siquiera a toda mi familia invité. Te lo digo, porque quiero que sepas que en esta fiesta, sólo está invitada la gente que marcó mi vida. Y una de esas personas es tu mujer. Andábamos todos juntos en la bola de la prepa. Chingón. Nomás faltó la Raquela y la otra.
A Ed se le cayeron los calzones. Y me alegro.
Nos tomamos la única foto que tenemos juntos, ni en la prepa, ni en la postprepa, ni nunca. Hasta ese día.
Me fui feliz de haberlo visto, pero hecha pedazos por dentro. Lo vi caminar con dificultad ayudado de su muleta, con medio cuerpo paralizado. Su piel estaba áspera, más morena, como quemada... supongo por las quimios, su cabeza rapada tasajeada por incontables cirugías. Y sin embargo, sonriendo, haciéndole al chinguetas, alegrándome el alma y poniendo a hijos de la chingada en su lugar.
No lo volví a ver, como dijo. Pasó otro cumpleaños, pero sólo pude felicitarlo mandándole un mensaje a su esposa. Él ya no estaba al teléfono y casi ni a la vida. Otro 8 de noviembre, diciembre... 17 de enero 2020 por fin voló al sol. No cual Ícaro achicharrado, sino a opacar al pinche sol con su luz.
Como era de esperarse, Ed me dio la noticia. Suave. Con tacto, como sólo él sabe: ¿Dónde estás, vas manejando? Sí, qué pasó. No, nada ¿ya vienes para acá? Sí.
Y seguí navegando en el mar de tráfico.
Me volvió a marcar. ¿Sigues en el tráfico? Sí, ¿qué quieres? solté alterada. Pues no quería decírtelo manejando, pero como no tienes para cuando... ¿ya supiste que se murió el Juan Mora?
¿Qué?
¿Qué?
Mientes
Cuándo
Hoy, ¿vienes para acá?
Sí, contesté y colgué.
Pero no fui con él. Me estacioné a gritar, a llorar, a perder el juicio por un rato, a soñar una de las peores pesadillas de mi vida. No pude manejar hacia allá. No tenía fuerza para ver a Ed, para que me viera desquiciada.
Fui a casa de mi mamá. Entré tranquila, sonriendo. Nos abrazamos, como siempre... y entonces como quien toca un vidrio craquelado, me deshice en incontables añicos. Le vi la cara aterrorizada y quise hablarle, pero tardé un rato en poder articular: Juan Mora, alcancé a decir. Y no hubo necesidad de más. Lo supo.
Ya sin fuerzas y sin lágrimas, me fui a encontrarlo. Ya sabía que no ibas a venir aquí, me dijo Ed. Cuéntame cómo supiste, le dije. Y lo demás es historia.
Vi una publicación que Juan tiene en su feis: ¿Qué pasa si hoy me muero? Nada. Hoy te velan, mañana te entierran y con el tiempo te olvidan.
Nunca en la vida pensé.
Al principio, todos los días, en todo momento lo recordaba. Luego, de vez en cuando, cada 17 mandaba una foto al grupo de whats que él alcanzó a formar. Luego dejé las fotos para mí. Luego no busqué más fotos. Luego se me empezaron a pasar los 17 y luego con remordimiento recordaba la publicación.
Juan Mora, no creo que algún día te vaya a olvidar. Tal vez no recordaré puntualmente el día de tu aniversario, es un día de la chingada, si lo que quisiera es olvidarlo. Pero será inevitable. Cuando un día, mi cerebro no dé para más, con mi Alz prematuro, quiero que sepas que siempre te llevaré en mi corazón. Que justo escribí esto, porque no quiero olivdarlo, aún cuando no recuerde ni mi nombre. Que dejo aquí el mejor autógrafo (del montón que me diste), para que sepas que también marcaste mi vida y que siempre estarás en ella. Cuando ya no te pueda pronunciar, cuando ya no pueda ni pensarte tal vez sea momento de volver a encontrarte y decirte: te quiero cabrón, eres uno de los seres más chingones y llenos de luz que conocí en mi vida, qué afortunada fui.
0 Comments