La vida es curiosa. A veces parece un torbellino, pero en realidad cada cosa va
encontrando su cauce.
Empezaré
por mí: "Arregla tu desmadre". Leí el título de ese libro de
autoayuda que claramente no he leído; pero me resonó como un eco necesario.
Mi vida está cambiando. Estoy volviendo a mí. Volver a mí significa silencio. Estoy soltando un poco el hilo rojo que me une a mi hermana, el chile Badía de mi vida. No la veo, no hablo con ella. Ni con nadie. La estoy dejando descansar. Todavía no llego a ese cuento de Ángeles Mastretta que insiste en que lea, pero esa historia llegará.
Supongo
que ella entenderá que estoy sanando. Sólo estoy pensando. Definiendo lo
que quiero, lo que siento y lo que quiero dejar de sentir. O no.
Y, la verdad, es que me queda poco tiempo para cualquier otra cosa. Me inscribí para ir a nadar toda la semana. En cuanto puedo, sigo patinando, si es que no tomo siestas para subsistir. Estoy leyendo antes de dormir. Y el trabajo me mantiene muuuuuy entretenida. Me falta arreglar mis plantas: mi selva interior, todavía un laberinto sin podar.
Sigo portando con orgullo mi cara de zombi. Estoy cansada, pero con la mente en calma relativa. Aunque sí, con el alma dolida. Aún.
Estoy cruzando el infierno. Mi ambiente. Así que, sigo avanzando. En resumidas cuentas, me encuentro bien la mayor parte del tiempo.
El
ente
No sé cómo nombrar ahora a quien compartió mi vida durante años. Lo encontré estancado en el mismo pantano. No sé si siente que esto es un juego, si no le cae el veinte de la dimensión de las cosas… o si piensa que estaré disponible para él, como en otras ocasiones.
Lo vi. Sentí una inmensa pena… una que raya en lástima. No quiero que la pase mal; al contrario, espero que siempre le vaya bien. Que encuentre una a su medida. Que sea feliz.
Yo,
al verlo, encontré certezas: no es mi lugar.
Me
preguntó con dulzura cuánto he bajado de peso, “ya hasta las patas se te ven
flacas”. Y siguió: “Qué bueno que te dediques a hacer ejercicio en lugar de
perder el tiempo pintándote las canas. ¡Ya hasta tienes patas de gallo! A ver,
achica la mirada…”, se burló.
Callé. Supongo que no tiene espejo.
Me
dijo que espera que pueda perdonarlo y volver. Habla de terapia de pareja
"por el bien de lOlO". Siente que aquí no pasó nada. Me asusta que no
note la magnitud de las cosas.
Lo que le dije, me salió del alma: "Arregla tu pito". Quise decir: Arregla tus demonios, esos que te ahogan en alcohol y te convierten en un pitoloco. No por mí. Ni por lOlO. Por él.
El
duelo
Mi dolor no es por el ente, ese duelo lo superé hace como 18 años. Éste es el duelo que elegí: un pozo que cavé solita.
En
estos días pensé: ¡Basta ya! ¿Cuántos años tengo: 12?
Me la he pasado en llanto, en negación, en hartación y en arrastración.
Llanto.
Hasta eso, llanto
funcional. Lloro de ida o venida del trabajo. Menos mal tengo una hora por
vuelta para hacer el ridículo en el tráfico. Sin motivo claro,sólo por lo que pudo ser y no fue.
Burla. "Yo no juego —le dije—. Si me suelto, te voy a querer toda mi vida. Por favor, no juegues conmigo". Y ¿qué hizo? Jugó. Cruel. Y tal vez cobarde. Me siento estúpida. ¿Cómo pude ilusionarme?
Hartazgo: Mi hermana me compara con ese
personaje del cuento que repite una y otra vez la misma historia; en mi caso,
todo sobre mi amigo y de cómo lo extraño. "Un día, te curarás y dejarás de hablar", dice. Bonita
curación.
Y,
además, no quiero curarme. Curarme, significa que mi amigo no significaría nada
en mi vida: nuncamás. Y duele.
Arrastre. ¿Cuándo empezó a desaparecer? Me responde los mensajes. Es amable, pero no dispuesto. "¿Por qué dejaste de quererme?", pregunté. Sus razones son lógicas, sólo que no entiendo en qué momento dejé de ser una "mujer admirable" por no querer verlo mientras tuviera un vínculo con el ente, para convertirme en alguien que lo rechazaba. No lo rechazaba. Yo me hacía la vida con él. Incluso, adelanté mi plan, "Puedo empezar los trámites en julio, ¿puedes esperar hasta entonces?”—le dije—. Cómo me acuerdo del “Chi” que respondió. Y no lo hice en julio, lo hice en mayo, valiéndome la casa en juego, el dinero y todo lo demás (o sea, kilosmortales). Quería verlo. Pero ya era tarde. Él ya se había ido para entonces. No me di cuenta. Sólo quería algo limpio y también ponerme buenota para que se le cayera la baba por mí. Para merecerlo, creo. Me parecía un alma tan bonita. Un sueño.
He
pensado muchas veces en bloquearlo, en eliminarlo. Pero pienso que sólo me
daría un ataque de ansiedad. Todavía no estoy lista. Me avergüenza mi
necesidad.
Ahora
me doy cuenta de que no lo conozco. No sé quién es. Y de un desconocido no
puedo estar enamorada. Y vuelvo a sentir pena por mí, qué horrible estar tan
necesitada de cariño.
En algún punto de la negación y la locura pensé que tenía que convencerlo de que de verdad lo quería. Pero para qué. La forma en que desapareció, las cosas que le confié, lo que di. Porque le di todo lo que podía, en mi forma de decirle cuánto lo quería. Para empezar, el tiempo que no tenía... pasando horas en la calle o en el trabajo para poder hablar con él. Pienso, me expuse por alguien que no me valoró. Busqué como loca al precio que fuera las plantas que él quería desde el momento en que las mencionó para poder tener una sorpresa por su cumple. Hice que mi hermana moviera cielo y tierra para conseguir boletos para el sinfónico quién sabe de qué de Star Wars. Finalmente me dejó plantada y quedé como payasa con los boletos que yo ya había comprado para ir al evento con él (y que dijo que sí), y con los que consiguió mi hermana para que él la pasara bien, aunque no fuera conmigo. Y lo más extremo, no sé cuánto bajé de peso para estar según yo más o menos aceptable para verlo. Otra vez vuelvo a sentir pena por mi necesidad de cariño.
Y
todavía me dice "no estoy para rogar". Dios mío. Yo no sé en qué
mundo vivo y con quién trato, ¿otro narcisista? Ya me lo dijo él mismo: parte
del amor propio que uno debe tener. Y que, claramente, a mí me hace falta. Qué
horror. Dios lo bendiga a él y a sus patines.
Oscuridad
En una de las chilladas al volante, me acordé cuando dulcemente me dieron la noticia de que mi amigo Juan Mora murió. De lo que sentí y de cómo iba llorando y gritando por la carretera, hasta que pude parar para temblar, para golpear el volante y para seguir berreando. Y entonces pensé, cuánta falta me haces Juan, para que me digas: "Ahí vas de pendeja otra vez". Y sí. Ojalá estuviera aquí... ya de paso para reclamarle las cosas que no le dije. Para tener con quién pelear. Pero, también, para que ilumine mi vida.
La vida
En fin. Que todxs reciban lo que les haga falta y lo que merecen:
Uno
que arregle su pito.
El
otro que patine hasta donde le alcance.
Yo
me ocupo de mi desmadre.
Hasta
aquí mi reporte, Joaquín.